ARGENTINA / Qué nos importa el paro si murió Alfredo Alcón / Escribe: Orlando Barone






Hay un espíritu de las cosas y hay nimiedades. Hay océanos y hay charquitos; hay ideales y hay apariencias. Así como hay trabajadores que trabajan, y hay sindicalistas que tuercen su origen y la historia que ya no representan. Y está Alfredo Alcón para esclarecernos.


Ayer fue ya ayer, como nunca. Fue lo que fue. Un escupitajo de derecha y de izquierda del resentimiento. La fecha ya se apura al olvido como algo que nunca aspiró a ser recuerdo. Atiéndase por favor: fuimos agraviados por una huelga grande y hueca. Y cuya resaca social todavía se eructa desde la cara de presunta inteligencia de los trotskos absurdos. Pero de pronto- apenas terminado el agravio- se muere Alfredo Alcón y “puf”, el paro se volvió nada. Menos que un hilo de agua en un arenal. Se desvanece en burbujitas de chismes, ideologías manchadas, protagonistas sombríos y argumentos gaseosos. En charlatanería de panel y de post data. Y en papel de diario viejo, imágenes feas de la pantalla, palabras brutas tiradas al aire de una radio, y tanto mensajerío anónimo a la bartola. Es lógico eso: se murió Alfredo Alcón. Un hombre de otro mundo prendido a éste con más fecundidad que tantos que se arrogan de este mundo.

De tiempo en tiempo el arte- de cualquier género-el arte sin puterío ni farándula ni marketing- nos impone su esencialidad, su sagrada importancia. Es cuando uno de sus arquetipos es elegido por Dios y el azar para irse y nos deja un buraco así de grande en el alma. Sensibles o helados, nos traspasa. Seamos conscientes de su pérdida o ignorantes hasta el extremo de confundir Alcón con halcón. Y aunque seamos tan “desartistizados” que ni siquiera fuimos a verlo en una película de Favio o de Torres Nilsson y tampoco hayamos escuchado su voz de voces en ninguna parte. Y nuestra ajenidad al teatro –no a una sala sino a su esencia- no nos permita elucidar la diferencia entre un impostor y un hombre auténtico.


No es que alguien determine a su gusto si fue mejor que aquel otro o si fue más o menos actor que actores significantes de su época. Se trata de su significado. La escena argentina le debe haberle dado eso: significado popular con mensaje de cultura de elite. Música para milonga o concierto. Fue el significado de la actuación, por antonomasia.

No quiero decir aquí nada que no sea obvio. Siento que Alfredo Alcón se murió para alegrarnos el corazón y el espíritu. Y que se murió para quitarnos la mugre prosaica que se nos impone por distraídos y atraídos por la batahola mediática. Si de algo trabajó él fue de persona humana envolviéndose, para enriquecernos, en personas fantásticas. Su gran huelga o paro fue larga y generosa: negarse a dejar de ser un argentino individuo sin dejar de ser un argentino social, un militante del envión colectivo. No hay que estar triste. Porque, paradójicamente, Alcón se murió para consolarnos.

La huelga banal y ramplona nos había untado de desasosiego, saliva agria y desconcierto.

Y él, de pronto, nos obliga a limpiarnos el corazón y, sobre todo, la boca.

(Diarioregistrado.com)

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