ARGENTINA / Pensar el largo plazo / Escribe: Mario Rapoport






John Maynard Keynes tiene una frase célebre, “En el largo plazo estamos todos muertos”, pero esa frase se refería a una situación coyuntural: resolver problemas de las crisis de los años 1930, evitar que varias generaciones se perdieran para la sociedad como resultado de ella. Sin embargo, por la misma época, Keynes escribe un trabajo más sensible por su contenido que se denomina “Perspectivas económicas para nuestros nietos” –que él mismo nunca tuvo–, pero que refleja la idea de que el largo plazo existe para las nuevas generaciones, y plantea allí, yendo más allá de la coyuntura, las condiciones estructurales que permitirían superar la crisis, y a esa generación de nietos (o aun de hijos) vivir sin el fantasma de otras catástrofes económicas, aprovechando plenamente el inexorable progreso técnico, que les dará ocupación y bienestar. “Nosotros sufrimos –dice– de un grave acceso de pesimismo económico [...] [pero] es una interpretación furiosamente errónea de los acontecimientos [...] no sufrimos de los reumatismos de la vejez sino de los problemas del crecimiento debido a las dificultades que provoca la readaptación a una situación económica nueva. El rendimiento de la producción ha aumentado más rápido que nuestros medios de absorber la mano de obra disponible.” Esto no se debe sólo a este hecho y Keynes lo aclara en otra parte de sus trabajos: la desigualdad de ingresos y el predominio de las finanzas sobre la economía, la tan aborrecida “economía casino”, acentúan este proceso y la doble tarea de la demanda es superar ese escollo y, al mismo tiempo. prepararse para nuevas funciones que la producción y el conocimiento exigen.


En nuestro caso, estas actividades deben ser paralelas a la formación técnica e ideológica de los trabajadores, núcleo fundamental de las fuerzas productivas y a la elaboración de proyectos coyunturales. Es necesario que comencemos de nuevo a pensar en un largo plazo incluyendo el conocimiento de nuestra historia. El caso de la deuda es un ejemplo. Con independencia de los intereses que nos involucraron en ella tendríamos mucha más fuerza para lograr una mejor comprensión del problema, interna y externamente, si recordamos que la Argentina fue uno de los primeros países en poner de relieve esta cuestión sobre litigios de deudas adquiridas en el exterior o inversiones extranjeras realizadas en el país. Así lo planteaba Carlos Calvo, ese notable jurista, desde mediados del siglo XIX, señalando la jurisdicción nacional como la única posible. Pocos parecían conocerlo hasta ahora, cuando estamos inmersos en el problema en que nos metieron gobiernos pasados al ceder en este aspecto nuestra soberanía, o poniéndolo en forma más dramática, al crear un nuevo caso Malvinas.

La aparición de países emergentes como China o los otros Brics y la creación del Mercosur y la Unasur han limitado los intentos de la potencia del norte de boicotear o de tratar de voltear gobiernos con la ayuda de sus “gurkas” internos, esta vez mediante golpes económicos o financieros. No pueden enseñar con el ejemplo porque tienen un déficit fiscal enorme y una gigantesca deuda externa, sólo posible de pagar porque están endeudados en su propia moneda y esta es, todavía, en el orden mundial, un patrón de cambio aceptado por la mayoría de los países. Del mismo modo que los fondos buitre corren el caballo del comisario con su ventaja judicial, la economía norteamericana cuenta con los dados cargados de la moneda universal.

En nuestro caso, hay que evitar volver a políticas del pasado que nos llevaron al 2001, y esta década que hemos vivido nos ha mostrado que es posible y necesario salir de la trampa de liquidez a las que nos condujeron las políticas neoliberales.


Debemos entrar en una nueva etapa en la que podamos construir el país que merecemos, no aquel del que se apropian unos pocos. El punto esencial que hay que encarar, son propuestas de desarrollo de mediano o largo plazo, que vayan más allá de cualquier horizonte electoral y tiendan a eliminar de una vez por todas los residuos de políticas perimidas trazando líneas que hagan posible sostener en tiempo los pilares de una nueva infraestructura, una industria eficiente, y de alto nivel tecnológico, y una permanente política de redistribución de ingreso.

Esto es lo que se necesita entender ante cada nueva instancia electoral, y es más importante que la mayor simpatía o la mejor sonrisa de los candidatos (no hablemos de sus pasados porque esos suelen estar enterrados en la frágil memoria de muchos). Hay que conocer con tiempo lo que piensan hacer si llegan al gobierno o a funciones políticas y cuál es su proyecto de trabajo. Porque estamos en un mundo donde muchos políticos son creados como en el cine o la TV por ciertos especialistas, que con simples toques de maquillaje introducen figuras impresentables que no conocen ni de lejos la realidad del país o responden a intereses espurios. Si un actor convence al público haciéndole creer que su personaje es real, algo que demuestra su idoneidad, esto mismo puesto en práctica en la política constituye una parodia que puede llevar al desastre. La honestidad, la capacidad de gestión y otras cualidades que se deben tener en este ámbito no tienen nada que ver con aquellas presuntas virtudes.

La verdadera democracia no sólo debe ser política y verdaderamente representativa, sino también social y económica. Un país que dé oportunidades a todos por igual, brindándoles los mismos instrumentos iniciales para desarrollar sus potencialidades: educación, salud, conocimientos técnicos, principios morales, nociones sobre lo nacional y sobre el mundo.

La Argentina no debe quedar como una nación puramente agropecuaria, porque sí ese sector pueda alimentar a una población diez veces mayor, no es capaz de brindar empleo a los 45 millones de habitantes. Es preciso tener actividades productivas que transformen la materia prima y crear nuevos tipos de servicios, para dar ocupación a todos, hacer funcionar y ampliar al mercado interno e introducir nuevos productos en el sector externo. En suma, transformarse en un país diversificado en lo económico y en sus relaciones exteriores, con un esquema predominantemente productivo, mayor igualdad de ingresos, y sin desocupación ni pobreza.


Falta hacer mucho porque todavía debemos terminar de crear una conciencia en la gente, que después de 30 años de permanente lavado de cerebro –sobre todo durante la dictadura militar y en los años ‘90– soporta ahora una nueva campaña de desinformación. El país necesita cuadros preparados técnica e ideológicamente para enfrentar una etapa nueva de desarrollo que implique por un lado, la adopción de medidas coyunturales para solucionar los problemas inmediatos y, por otro, elaborar un verdadero plan de desarrollo de mediano y largo plazo que vaya más allá de los gobiernos.

En el fondo de la puja con los sectores minoritarios que metieron a la Argentina en un chaleco de fuerza hay una batalla cultural que estamos dando y tenemos que seguir dando para que la mayoría de la población adquiera una verdadera conciencia nacional, que implica un tipo de vinculación con el mundo a partir de intereses propios, lo que no impide la existencia de distintas opciones políticas pero sí la pertenencia a un mismo país.

(Diario Página 12, domingo 7 de setiembre de 2014)

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