MENDOZA / Violencia en París: barbarie y civilización / Escribe: Roberto Follari






Una Francia acostumbrada a la paz y a la cultura, expresa su congoja y su condena por los asesinatos de los redactores del Charlie Hebdo.

Las manifesaciones colectivas de rechazo a lo sucedido se suman, miles y miles de franceses salen a la calle a expresar su consternación y su repudio. Muchos caminan cabizbajos y silenciosos, como si alguna pena personal fuera la que ha quebrantado su tranquilidad y su hilo de vida cotidiano.

También el resto del mundo, con la consabida multiplicación televisiva, ha condenado lo ocurrido, y ha expresado su repulsa por el ataque armado directo a personas inermes.

Asumidos el dolor y la repulsa a la matanza, es a la vez la hora de iniciar la reflexión para ir colaborando a que estos hechos no se repitan. Es una mordaza al pensamiento, pretender que la condena a lo sucedido conlleve negarse a indagar razones y motivos, a explorar lo que la ciencia social y la reflexión pueden colaborar a esclarecer en casos extremos como este.


Habrá que evitar ahora el aprovechamiento que intenta realizar el partido ultraderechista de Le Pen; la xenofobia y la persecusión de inmigrantes, pronto desatarían más enfrentamientos y rechazos. A la vez, cabe dejar claro que no es el islamismo el responsable delo sucedido: es una religión que -por solo pero enorme ejemplo- se mostró como amplia y tolerante cuando gobernó el sur de la actual España, hasta la llegada de los Reyes Católicos. Por cierto que el catolicismo no es solamente la Inquisición, ni el judaísmo solamente la invasión a Palestina. No hay que adscribir a las religiones sino a su exacerbación fundamentalista, este tipo de fenómenos. Es el fundamentalismo lo que cabe rechazar, ya sea que venga de la religión o incluso de la ideología, como se dio en los casos del nazismo y el stalinismo.

Habrá que revisar cómo se dio la persecusión de los autores del atentado, incluso su proceso previo. La policía francesa ignoró el aviso remitido el día anterior por los servicios de inteligencia de Argelia, y en el auto abandonado por los hermanos Kouachi aparecieron documentos comprometedores poco esperables para quienes hacen un atentado de esta intensidad. A su vez, los autores no fueron llevados a juicio sino eliminados de inmediato por la fuerza policial, en un procedimiento que recuerda los que describe Foucault que se usaban en tiempos monárquicos para restaurar el lugar del soberano. No se podrá interrogarlos, nada podrá conocerse sobre redes, contactos, financiamiento de los atentados. El intento del otro yihadista que se atrincheró en un mercado judío de París acabó con su vida, pero también con las de cuatro rehenes inocentes; los tomó él como rehenes, pero el mundo desconoce cómo murieron, si antes o durante el tiroteo lanzado por la fuerza policial.

A ello se agrega la figura poco señalada por los medios, del policía que debía participar del proceso represivo y se quitó la vida. Obviamente, no coincidió con los protocolos del procedimiento, y su caso debiera ser investigado y presentado transparentemente a la justicia francesa y a la prensa mundial.


Nuestro Sarmiento entendió civilización y barbarie como polo opuestos en su célebre "Facundo". Más matizada resulta la idea de Walter Benjamin, pensador alemán que estampó: "todo documento de cultura, lo es a la vez de barbarie".

La violencia yihadista propone hoy un durísimo desafío al mundo; es difícil saber cómo enfrentar a quienes, a menudo, están dispuestos a dar su vida en apoyo de sus ideas extremas. Hay que buscar que esa violencia no empañe la vida de nuestras ciudadanías y nuestros pueblos, y esa es una tarea tan difícil como irrenunciable.

Para avanzar en ello, una consideración diferente de lo que son las culturas periféricas se hace imprescindible. Es de lamentar que parte del hoy llamado Estado Islámico haya sido preparado desde Occidente para intentar derrocar al presidente sirio. Es de recordar que Francia lanzó el bombardeo de Libia, y que se permitió que Kadhaffi fuera asesinado por TV ante la vista del mundo, y nadie fuera a juicio por ello (por el contrario, una alta diplomática estadounidense lanzó una risa que se vio en todo el planeta). Los árabes y los negros inmigrantes en Francia, que hablan francés porque sus países fueron colonizados por el país galo, conforman el núcleo más pobre y marginado de ese país, y muchos han visto a sus parientes ser deportados cuando llegaban a la costa en sus frágiles chalupas.


Hoy sentimos el horror, y oponemos discursivamente la cultura de la tolerancia francesa y "occidental", al integrismo del grupo armado que asesinó a los caricaturistas. Pero la misma Francia de la libertad, igualdad y solidaridad, es la que formó a los torturadores de Argelia, precursores de los que tuvimos en la Argentina. La cultura se ha asentado sobre la barbarie, y solo una cultura que no excluya, que no se sostenga en poner a otros en sus antípodas, puede garantizarse la paz y la concordia.

Es que todos podemos compartir la defensa de la libertad de expresión, pero quizá no todos compartamos que una tapa de revista pueda incluirse la hiriente frase "El Corán es una m......". Precisamente un gran logro de la cutura occidental es el llamado relativismo cultural: entender que no todos entienden las cosas como nosotros. Por ello, es mucha nuestra responsabilidad para impedir reacciones destempladas y criminales como las que hoy enlutan a Francia, y con ella a gran parte de la conciencia planetaria.

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