ARGENTINA / Contra los economistas pandilleros / Escribe: Hernán Brienza






Jorge Abelardo Ramos definió a la burguesía comercial porteña de principios de siglo XIX –que formó parte de la Revolución de Mayo– como la "Pandilla del Barranco", por su afición a ejercer el contrabando de productos ingleses en las afueras de la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires. La definición, además de ser chusca y divertida, sugiere en gran medida una marca en la formación de la conciencia de las clases dirigentes –devenidas en dominantes– en la Argentina. El sistema colonial español dejó a los criollos espacios para enriquecerse tales como la genuflexión a los peninsulares o el delito y la especulación. En pocas palabras, los ricos se hicieron ricos –no todos, obviamente– en nuestro país con el viejo método del servilismo hacia el Estado o las burguesías extranjeras, con negocios sucios y fáciles en el mercado negro o sentados sobre la renta de la tierra. Como escribió alguna vez el gran novelista francés Honorè de Balzac: "Detrás de toda gran fortuna, siempre hay un gran crimen."

Nadie podría decir hoy –sin correr el riesgo de quedar como un resentido social– que todo hombre de dinero es un criminal. Sin embargo, algo de la matriz de la época colonial quedó arraigado en la conciencia de la clase dominante en nuestro país. Utilizo para que se entienda el término "clase dominante" como aquella que diseña un país en beneficio de su propio provecho sin convidar a los demás sectores sociales y a las mayorías, lo que se conocía antiguamente con el nombre de oligarquía y que en gran parte responde al diseño que el Liberalismo conservador realizó desde 1853 en adelante. Clase dirigente es, según esta definición, aquella elite política, económica, intelectual, que integra, homogeneiza, e invita a participar a los demás sectores en la mesa de la distribución de los esfuerzos y de las riquezas. En la primera concepción hay mercado; en la segunda, nación o patria, como quieran definirlo. En mi opinión, sólo las elites del nacionalismo popular han intentando organizar un país integrado. El Liberalismo Conservador, como bien lo dijo alguna vez José Alfredo Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura militar, piensa un país en el que sobran 10 millones de personas.



Lo que ocurrió el miércoles en el almuerzo de empresarios en el hotel Alvear es una muestra de esta concepción. Convocado por el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), que conduce Eduardo Eurnekian, hablaron Miguel Ángel Broda, José Luis Espert y Carlos Melconian, quizás tres de los economistas que más han pifiado en las últimas décadas en pronósticos económicos e incluso en gestión –basta con recordar el vaciamiento que hizo el primero del Club Atlanta, con los pronósticos apocalípticos del segundo (que incluían devaluaciones monstruosas que no se dieron) y de la delirante idea de dolarización que propuso el tercero cuando era gurú económico de Carlos Menem–.

Espert llamó al Kirchnerismo "Populismo Industrial" y proclamó un ajuste salvaje. Broda habló de "Como lo que viene para el próximo gobierno son decisiones políticamente incorrectas, tenemos que tener muy poco miedo a lo que queda del Frente para la Victoria y su camada de militantes. Señores, lo que hay que hacer es lo políticamente incorrecto". El "Plan de Acción" que ofreció es espeluznante: "La verdadera solución pasa por el shock, pero va a haber gradualismo. Ya estoy más allá de todo, lo voy a decir: necesitamos un equipo como el de Cavallo, de 200 profesionales. Yo disentí mucho con él. Pero no veo a los equipos capacitados para salir del cepo el primer día. Y tenemos a los militantes del antiajuste oponiéndose a todo lo que sea racionalidad. Necesitamos sabiduría, paciencia y consensos: la agonía de un ACV es peor que si uno se hubiera muerto."

A confesión de parte relevo de pruebas. Esta pandilla de economistas facinerosos no ofrece otra cosa para el país que ajuste, pobreza, concentración de la riqueza, pobreza, devaluación, desocupación, pobreza y más pobreza. Lo terriblemente triste es que los empresarios les creen. O algo peor: a los empresarios les gusta creerles. Aún cuando la historia de los últimos 70 años demostró que los cantos de sirena de los economistas ortodoxos sólo han fundido a las industrias –sobre todo a los pequeños y medianos– y han quebrado al Estado y sumido a las mayorías en la pobreza, los empresarios continúan creyéndoles a los Alsogaray, los Martínez de Hoz, los Cavallo, los Broda, los Espert, los Melconian. Porque son exactamente lo mismo, son eso: una pandilla de facinerosos diplomados.

El problema no es económico es estrictamente cultural e ideológico. Los empresarios nunca ganaron tanto dinero como en estos años. El mejor negocio para ellos también es un país integrado con un mercado interno que pueda absorber lo que ellos producen. Sin embargo, prima más el goce que les produce el "bodoque" ideológico de considerarse "clase dominante" y disfrutar de la construcción de esa apariencia propia que el placer de convertirse en "clase dirigente".



Repito: uno es lo que lee y escucha. Si uno lee y escucha a criminales todo el tiempo, se convierte en un criminal. Puede convertirse en un millonario o no, como diría Balzac, pero en un criminal, seguramente. La Argentina del mañana necesita empresarios no pandilleros ni farabutes que vivan del Estado y del endeudamiento público como Mauricio Macri y los suyos –entre los suyos está, claro, el propio Melconian–. El viejo marxismo –dicho esto muy irresponsablemente– creía que las condiciones materiales subordinaban el territorio de las ideas, los valores y la conciencia. Su pronóstico era desacertado, al menos para nuestro país: aquí los empresarios piensan en contra de sus propios intereses como argentinos y como clase o sector social; claro, lo hacen con la esperanza de creer que ellos individualmente se van a salvar aún en el medio de la hecatombe.

Yo tengo una esperanza: y es que las generaciones de empresarios jóvenes, aquellas que ya están alejadas de las primeras oleadas de inmigración europea puedan cambiar esa conciencia absurda del sálvese quien pueda del recién llegado y puedan articular un discurso y una práctica que contemplen una mínima noción de Patria. No es demasiado pretencioso, es cierto. Pero viendo cómo actúa la clase dominante en mi país, creo que es imposible. Ojalá me equivoque.

"Para aumentar la inversión hay que reducir un cachitito las ganancias o traer alguna de la que se llevaron afuera. La inversión tienen que ponerla los empresarios acá, pero nada de achicar la demanda, no, no. Porque achicar la demanda es muy simple, es achicar los salarios. No hay ninguna otra manera. El que diga otra cosa miente", aconsejó esta semana Cristina Fernández de Kirchner, el liderazgo político más lúcido que tuvo el país en los últimos 40 años.

"El lujo es vulgaridad", dijo y me conquistó.

Eso dijo.

(Tiempo Argentino, domingo 19 de abril de 2015)

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