ARGENTINA / Las camisetas están desteñidas / Escribe: Alberto DeArriba






La antinomia radicalismo-peronismo que remeda el enfrentamiento futbolístico Boca-River, parece haberse desflecado un tanto en los últimos años, a partir de contradicciones más sólidas y fundantes, como la defensa de lo popular y lo antipopular, lo nacional y lo antinacional.

La fotografía de la presidenta peronista, rodeada de banderas radicales durante el cierre del congreso de la Unión Cívica Radical Popular que conduce Leopoldo Moreau, resultó el jueves pasado un aporte a la superación de la desvencijada antinomia.

Cristina Fernández reivindicó a Raúl Alfonsín, y resumió en tres conceptos las coincidencias básicas de las dos fuerzas políticas de raigambre "nacional, popular y democrática".

En cambio, el precandidato presidencial y titular de la UCR, Ernesto Sanz, advirtió que Leopoldo Moreau podría ser expulsado del centenario partido y le restó entidad a la disidencia radical que se incorporó al Frente para la Victoria (FPV).

Pese al ninguneo del responsable del acuerdo de la UCR con el conservadurismo del PRO, algunos dirigentes radicales creen que una fuga masiva de votos en busca de más fidelidad ideológica, puede poner en riesgo las aspiraciones de Mauricio Macri.

No existen mediciones sobre el descontento radical por la alianza conservadora, pero en el entorno de Margarita Stolbizer –candidata del GEN, el socialismo y Libres del Sur– se ilusionan con una cosecha que oscile entre el 10 y el 15% de los votos. Si a ello se suman votos radicales al FPV, la situación puede complicarse para la alianza UCR-PRO-Coalición Cívica.

"Si le quieren hacer un homenaje a Alfonsín, en vez de elogiarlo, sería mejor que lo imiten", chicaneó el titular partidario, Ernesto Sanz, al referirse al congreso de los radicales populares cerrado por Cristina. Pero no parece que sea imitar a Alfonsín, votar contra la recuperación de las jubilaciones, de Aerolíneas Argentinas, o criticar la asignación para los chicos de padres desocupados.

La alianza conservadora expresa en realidad lo opuesto al ejemplo de Alfonsín, que conquistó la presidencia sin un discurso gorila y creía que "si la sociedad gira hacia la derecha el radicalismo debe prepararse para perder elecciones".

El acuerdo UCR-PRO es un esfuerzo desesperado para llegar como sea al poder, no sólo para derrotar al adversario político, sino para desmontar el modelo político-económico vigente. No tuvieron la misma inquina contra Carlos Menem, ni la tendrían con otro representante del peronismo conservador. La contradicción fundamental no es peronismo-antiperonismo, sino otra.

Así como algunos sectores radicales y peronistas giran a la derecha para defender a las corporaciones, otros constatan coincidencias interpartidarias en la defensa de intereses populares.

Es natural que se acorten distancias transversales: tanto Alfonsín como el kirchnerismo enfrentaron a las corporaciones que hoy tienen representación política en el PRO. El presidente radical fue tumbado por un golpe de mercado y, con mejor billetera, Cristina superó 20 corridas cambiarias empujadas por los mismos intereses.

La historia demuestra que el país ya no se divide simplemente en radicales y peronistas: las chirinadas militares que acorralaron a Alfonsín, contaron con guiños de la derecha peronista y rechazos de la renovación peronista de entonces. Alfonsín y Cristina enfrentaron a su turno a la corporación del campo, mientras Sanz y sus correligionarios la defienden. Los tres gobiernos sufrieron el poder mediático de Clarín, mientras los radicales siglo XXI lo apañan a cambio de unos minutos en el aire. Coinciden en cambio alegremente con Macri que representa al viejo conservadurismo. Hay acuerdos y desacuerdos cruzados. ¿A qué ejemplo se refiere Sanz?



Tras 70 años de vigencia, las camisetas partidarias están desteñidas. Ya no alcanzan para definir la identidad política, sino que los actores se identifican por defender intereses populares o del establishment; se inclinan a izquierda o a derecha. Hoy parece que se puede estar a favor de los fondos buitre, sin dejar de llamarse alegremente radical o peronista.

Seguramente, las listas del FPV llevarán sin pruritos a radicales que no quieren bajar sus banderas. Alfonsín necesitó votos peronistas para ganar y el kirchnerismo requirió radicales. Ninguna fuerza vence sola.

Es cierto que las alianzas no siempre funcionaron: Julio Cobos es claro ejemplo de un rotundo fracaso. Pero hay experiencias opuestas: la incorporación al gobierno del líder de Los Irrompibles, Leandro Santoro, es un hecho promisorio.

El joven y lúcido dirigente dice que abandonó el radicalismo "para reivindicarlo". Santoro tiene más coincidencias con jóvenes peronistas de La Cámpora que con las momias de su partido.

No es muy distinto a lo que hicieron muchísimos peronistas cuando el PJ desbarrancó al neoliberalismo. Otro síntoma de que la Argentina ya no se divide entre UCR y PJ, es que el subsecretario general de la Presidencia, titular del Partido de la Concordancia-Forja, Gustavo López, es uno de los precandidatos a jefe de Gobierno del FPV en la Ciudad de Buenos Aires.

Desde Perón a Cristina, desde FORJA, a la Concertación K, pasando por la Alianza, dirigentes y votantes de ambos partidos saltaron el límite partidario. Los mejores lo hicieron por convicción, aunque otros, por interés personal.

También es cierto que en el pasado hubo diferencias esenciales. Cristina recordó que al peronismo le costó atravesar una dictadura sangrienta para valorizar la democracia.

El movimiento fundado por Perón siempre hizo hincapié en la justicia social, pero tuvo cierto desdén histórico por las instituciones democráticas. El radicalismo, en cambio, nació para defenderlas, pero dejó en un segundo plano la lucha por la equidad.

El peronismo engendró al gobierno que generó el mayor nivel de desempleo, desindustrialización y pobreza, mientras que los golpes de Estado del siglo XX tuvieron apoyo de sectores radicales.

Para un joven revolucionario de los '70, la prédica republicana radical sonaba vacía, hueca, porque no incorporaba las demandas de cambio con las que soñaba esa generación.

Para el hijo de un hogar de profesionales de clase media, identificado con la camiseta radical, el peronismo olía a autoritarismo.

Pero tras atravesar la última dictadura, la caída del socialismo real, el tsunami neoliberal y la fractura del 2001, la añeja antinomia se ha diluido. En ambas fuerzas siempre hubo dirigentes a favor y en contra de los intereses populares.

"El antiperonismo atrasa", suele decir Moreau.

Aunque la camiseta todavía pesa, la sociedad comienza a parecerse más a la que imaginó Kirchner cuando intentó la transversalidad y de la cual debió retroceder para preservar poder.

El santacruceño intentó reunir consenso sin golpearse el pecho como los viejos peronistas, ni apelar al folklore o a la iconografía clásica. Decidió hacer lo mejor del peronismo: empleo, redistribución, consumo, desarrollo e inclusión. Y le sumó mayor apego a la institucionalidad, lo cual le permitió captar sectores progresistas.



Kirchner advirtió tempranamente que la Argentina se encamina hacia dos nuevos polos ideológicos: centroizquierda y centroderecha. Lo popular y lo antipopular. Lo nacional y lo antinacional. "Lo que define la pertenencia no es un color ni la ficha de afiliación partidaria", dijo Cristina al cerrar el congreso radical.

Allí rechazó la hipótesis de "fin de ciclo" que agitan quienes pretenden la reposición conservadora. Para Cristina, el "fin de ciclo" se produjo con la fractura de 2001, originada en el colapso del modelo neoliberal. La Argentina parece haber comenzado a vivir un nuevo ciclo político en el cual un radical y un peronista pueden andar juntos la historia, si acuerdan en la defensa de los intereses nacionales y populares.

(Tiempo Argentino, domingo 19 de abril de 2015)

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