HISTORIA / El trabajo en la época colonial / Escribe: Catalina Pantuso






Durante gran parte del período colonial, en la América hispana se llevaron a cabo dos proyectos: el de la corona de España y el de La Compañía de Jesús. Cada uno con su estrategia y sus intereses.

El Proyecto de la Conquista Española tenía como objetivo del control político del territorio y estaba sostenido con las armas, la extirpación de idolatrías y la sustitución total de las lenguas aborígenes.

El Proyecto de las Misiones Jesuíticas tenía como propósito la expansión del cristianismo y se fue imponiendo mediante la persuasión, la evangelización “inculturada” y el respeto a las lenguas autóctonas.



La corona española quería explotar los recursos —especialmente los mineros— de los nuevos territorios y a la vez tenía que cumplir con dos obligaciones fundamentales: recompensar a los conquistadores por los servicios prestados y evangelizar a los indígenas por el compromiso asumido con la Santa Sede. Esto ponía, en primer lugar, el problema de cómo integrar a los nativos en el nuevo orden colonial y cómo estructurar un sistema de trabajo indígena. Dado que España había prohibido la esclavitud de los indios, debían buscarse otros métodos para dar respuesta a las nuevas relaciones de producción. Se recurrió a la mita y el yanaconazgo, dos formas del trabajo forzoso que ya existían entre los incas, y se creó el sistema de encomiendas de servicio personal, mediante el cual el monarca delegaba en el encomendero su derecho a percibir los servicios que los aborígenes debían prestar como súbditos de la Corona.

Si bien la esclavitud estaba prohibida, estas formas de trabajo dieron lugar a un sistema de explotación que produjo estragos en la población nativa. Dentro del nuevo sistema mercantilista que se instaló en el mundo se necesitaban gobiernos centralizados para concretar los objetivos de la nueva política económica, por lo tanto no era posible que en las Indias prosperara el proyecto medieval basado en el feudalismo.

La contradicción entre el viejo orden feudal y las nuevas perspectivas de la modernidad se verificó en la controversia planteada en torno al sistema de encomiendas, que fue el tema dominante durante casi todo el período colonial y constituyó el problema político por excelencia.

El objetivo central de limitar la encomienda por parte de la Corona de Castilla, era impedir que en las Indias se extendiera un régimen feudal —impulsado por los conquistadores quienes aspiraban a elevar su rango social (hidalgo o noble americano) y su patrimonio económico— que en España se había podido neutralizar durante la guerra contra los moros.

Es en esta coyuntura donde la acción de la Iglesia encuentra su espacio para desarrollar una política de defensa de los indígenas porque, al decir de fray Bartolomé de las Casas, “El imperio misionero no podía ser tiránico”.

Con la llegada de los jesuitas a América, la contradicción entre los encomenderos y los españoles se agudizaron.

Hay que recordar que la Compañía, al estar directamente ligada al papado, no tenía dependencia del Real Patronato Español, por lo tanto sus integrantes no estaban condicionados por los intereses del poder civil, pero tampoco recibían ningún tipo de pago.

Su éxito dependía de las donaciones que efectuaran los particulares y de sus propios emprendimientos educativos y productivos.

El desafío del Proyecto Jesuítico fue básicamente poner en práctica las palabras de Jesús: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.



Pero definir que le correspondía a cada uno era un imperativo ético escurridizo, casi imposible de lograr en la administración de los bienes temporales. Dos emprendimientos fueron los más importantes: las Estancias Jesuíticas de Córdoba y las Reducciones Guaraníticas del Paraguay.

La forma de trabajo en las Estancias Jesuíticas estaba dirigido por algunos “hermanos estancieros” que organizaban las tareas.

Dado que los jesuitas nunca admitieron el sistema de encomiendas, los indígenas tenían un salario y se les daba un trato respetuoso y se les enseñó, básicamente, a manejar los instrumentos de labranza.

Con el correr del tiempo dejaron de ser solamente peones de campo para transformarse en carpinteros, molineros, fundidores y herreros.

No faltó la educación artística; hubo entre los habitantes de las estancias “imagineros” y artistas plásticos.

Los indios dentro de las reducciones no tenían un salario.

Los jesuitas supieron aprovechar la solidaridad propia de la cultura guaraní en el trabajo comunitario; lo que en otros pueblos de América se conocía como la “minga”, en el Paraguay se denominaba la "tarea".

El trabajo indígena era retribuido en especies. A todos se les garantizaba el alimento, la indumentaria, la vivienda, el cuidado de la salud y la educación.

El excedente de lo que se consumía ingresaba en las arcas de la Compañía para su comercialización.

Los guaraníes no trabajaron solamente dentro de las reducciones sino que lo hicieron también en Asunción, Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe.

Unos 150 indios de las misiones estuvieron ocupados en Buenos Aires, construyendo las fortificaciones de la ciudad y otro contingente de unos 500 guaraníes, se ocuparon de la edificación de un fuerte a orillas del Río Luján. Uruguay también se benefició con esta mano de obra especializada ya que unos 2.000 indígenas trabajaron bajo la supervisión de los capellanes jesuitas en las obras de fortificación de la ciudad de Montevideo.

Puede afirmarse que en las Estancias y en las Reducciones tuvieron su origen las primeras industrias de nuestro país.

En ellas se incorporaron nuevas tecnologías: los molinos de viento, el uso del arado y de los animales de tracción.

Se organizaron imprentas, astilleros, fábricas de ladrillos y de tejidos. Se produjeron relojes e instrumentos musicales.

Se pusieron en funcionamiento varias herrerías y fundiciones donde se fabricó gran parte del armamento que utilizó el ejército guaraní.

Tan importante como las fuentes de trabajo fueron las leyes que impulsaron los jesuitas.

Ellos quienes redactaron las Ordenanzas de Alfaro, que se conocieron en Asunción (1611), se extendieron a la Gobernación de Tucumán y la corona española las aprobó mediante una Real Cédula del 10 de octubre de 1618.

En las Ordenanzas de Alfaro se prohibió compraventa de indios; se suprimió trabajo servil; se dio libertad; para elegir patrón; se reglamentó la mita, obligando al encomendero a pagar el trabajo en dinero; se establecieron salarios mínimos y se exceptuaba del tributo a los enfermos, caciques principales, alcaldes, sacristanes y cantores.

Este conjunto de medidas están consideradas como un antecedente de la legislación laboral y especialmente de los derechos del trabajador. También pueden ser vistas como una referencia válida de los modernos derechos humanos.

La influencia jesuítica en la nueva legislación fue fácilmente reconocida por toda la población civil y no tardaron en levantarse las voces opositoras. La superioridad de los jesuitas respecto a los representantes de la Corona hispánica originó conflictos permanentes entre los dos sistemas productivos, y no faltaron las tensiones con los integrantes de las otras órdenes religiosas (los mercedarios, y franciscanos).



El punto más crítico fueron las Guerras Guaraníticas, que enfrentaron a las tropas hispano-portuguesas con los indios.

Este sangriento episodio fue el punto de inflexión para que Carlos III firmara, en 1767, el decreto de expulsión de La Compañía de Jesús de todos los dominios españoles.

A raíz del “golpe de estado” se volvió a las antiguas prácticas coloniales; los aborígenes no contaron ya con los defensores de sus tierras y sus intereses; no tenían a sus maestros guiándolos en las tareas y poco a poco fueron olvidándose del espíritu creativo que les habían estimulado los jesuitas.

Lo que todos envidiaban como un símbolo de prosperidad y riqueza, muy pronto fue decayendo y las Reducciones se convirtieron en un conjunto de pueblos abandonados y en ruinas.

Los límites de la antigua Provincia Jesuítica del Paraguay se transformaron, diez años más tarde, en los límites del nuevo Virreinato del Río de la Plata, pero el desarrollo y las condiciones de trabajo que se habían logrado se convirtieron en un pasado que aún hoy no se tiene muy en cuenta.

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