MENDOZA / Cayendo en las redes / Escribe: Roberto Follari






Así las llaman: redes sociales. Mal nombre. Red social, debiera ser cualquier red de relaciones entre personas. Dentro de una estructura social, claro. O sea, que siempre ha habido redes sociales.

Pero ahora que estamos “mediatizados” por lo electrónico, parece que “redes sociales” son sólo aquellas que se establecen por vía Internet, por vía Facebook, Twitter y parecidas opciones. Lo social reducido a lo que se hace a distancia. Lo social, en buena medida des-socializado.



Pero no sólo es que parece más importante lo electrónico que la relación cara a cara. Lo peor es el contenido que circula en las “redes sociales”. Con excepciones, claro. Por supuesto hay algún lugar para la reflexión, la difusión informativa, para la amistad o para el amor. Pero mucho más lo hay para el ocultamiento, el doblez, el ataque, la falsedad. Circula de todo allí. Pues, como bien se sabe, el máximo uso de Internet es la pornografía. Los mismos que dicen que no hay que entregar notebooks a los niños en las escuelas, utilizan sus propias computadoras -silenciosamente- para la fisgonería sexual.

En las redes se puede no firmar. Se puede cambiar la identidad, ser mujer y presentarse hombre, ser viejo y decir que se es joven. Todas las falsedades caben. De tal modo, una tecnología que por sí misma es útil y potencia posibilidades, se transforma en vía para las peores operaciones marketineras y políticas, cuando no es puesta directamente al servicio de la seducción hacia incautos/as, e incluso hasta hacia niñas y niños.

Cualquier cosa puede decirse. La inmediatez electrónica hace perder la noción de que quienes están del otro lado son de carne y hueso. Puede insultarse y agraviarse con tranquilidad, pueden subirse fotografías propias en desnudez, en acción sexual, en borracheras extremas. Los más jóvenes no saben aún que todo eso les podrá ser usado en el futuro de la peor manera, de que esas imágenes pueden volver de modo impensado y siniestro en su futura vida de pareja, de familia, de trabajo.

Se cae en las redes. Puede afirmarse cualquier cosa allí. Circulan absurdas historias para desprestigiar políticos, que son creídas por muchos si son presentadas con un mínimo de habilidad. Abundan las falsas noticias, las declaraciones nunca hechas, las realidades que jamás existieron. Borges aparece como autor de modestos poemas propios de nuestra tía Eulalia, pues alguien les pone su nombre. Cortázar da primarios consejos sobre cómo ser feliz, con obviedades tales como que debiéramos haber mirado más en los ojos a mamá, o caminado descalzos sobre el césped. Todas las boberías son posibles, y abajo les ponemos la firma, por ej., de Gandhi, sin reconocer -por supuesto- que este no fue un pacifista ingenuo, sino un consecuente luchador anticolonialista. Así la actual simplificación mediático/reductiva del pensamiento hacia la imagen y lo obvio, llega a su máxima expresión.



No caigamos en las redes. Si nos enredamos en ellas, que sea con lucidez, con precaución y disciplina. Entrar sin suficiente cuidado en el lodazal de obviedades, falsedades y avivadas que allí viborean, nos convertirá en potenciales analfabetos funcionales. Y seremos incapaces -a la larga- de diferenciar una información con fuente, precisión y dada por vía confiable, de las diatriba, las injurias y los demás frutos escogidos de las más malévolas intenciones y voluntades, así como de los más oscuros poderes que, detrás de ellas, suelen beneficiarse.

(www.jornadaonline.com.ar)

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