ARGENTINA / Si no gano, rompo todo / Escribe: Alberto Dearriba






Los tres presidenciables opositores que el miércoles pasado pidieron "transparencia" y cuestionaron al sistema electoral, llegaron a sus cargos mediante las reglas de juego que ahora desprecian y que se aplican desde 1983 sin que se haya producido una situación comprobada de fraude.

Los tres presidenciables opositores que el miércoles pasado pidieron "transparencia" y cuestionaron al sistema electoral, llegaron a sus cargos mediante las reglas de juego que ahora desprecian y que se aplican desde 1983 sin que se haya producido una situación comprobada de fraude.Reclamaron la instauración del voto electrónico o la boleta única, lo cual implicaría una modificación de las reglas de juego en medio del partido, que marcha contra las leyes electorales.



El voto informático no sólo tiene impedimentos constitucionales, sino técnicos, ya que la empresa especializada advirtió que hacerlo en menos de dos meses es imposible. El PRO debió retroceder con este sistema en las PASO de julio pasado, que recién pudo funcionar para la general porteña y para el balotaje. En Salta, Juan Manuel Urtubey trajinó seis años para instalar el sistema electrónico. En suma, la demanda no es más que para la tribuna y contribuye al clima de sospechas que se pretende instalar para octubre.

La boleta única promocionada como una panacea democrática podría esconder además el deseo de la oposición de contrabandear una alianza entre Mauricio Macri y Sergio Massa, lo cual está prohibido luego de las primarias.

El elector podría votar al alcalde porteño a presidente y a Felipe Solá a gobernador de la provincia de Buenos Aires, con lo cual se conformaría en la práctica la alianza que les pidió el establishment antes de las primarias y que Macri rechazó por su estrategia de "pureza étnica".

La sospecha de semejante trapisonda fue instalada por el jefe de Gabinete del gobierno nacional, Aníbal Fernández, quien obviamente desestimó cualquier intento de modificar las reglas de juego en medio del proceso electoral, enturbiado por las insistentes denuncias de fraude de la oposición, que llegaron al éxtasis en Tucumán.

Instaurar el voto electrónico o la boleta única es técnicamente imposible y anticonstitucional a esta altura del proceso electoral. Estas modificaciones no pueden realizarse después de la convocatoria electoral y requieren leyes que sólo se sancionan con mayorías especiales en el Congreso. Son las garantías que protegen al Código Electoral, para resguardar la previsibilidad de las reglas de juego antes de que empiece el partido.

Por otra parte, el argumento de la mayor transparencia es políticamente tramposo, ya que el PRO denunció fraude en Salta con voto electrónico, en Santa Fe con boleta única y en Tucumán con voto papel. En realidad, puede haber sistemas más o menos seguros, pero ninguno garantiza que el perdedor acepte democráticamente el veredicto de las urnas.

Macri se parece al hombre que sorprendió a su mujer con una amante en el sofá de su casa y decidió quemar el sofá para terminar con la infidelidad. Ninguno de los tres sistemas le garantizó el triunfo el alcalde porteño, por lo cual es hora de que piense que el problema no es el fraude sino sus niveles de apoyo popular.

Está claro que el batuque tucumano tiene la intención de desprestigiar el triunfo oficialista provincial e instalar un clima de sospecha sobre la elección presidencial de octubre que podría consagrar a Scioli como nuevo presidente de la Nación. La deslegitimización del triunfo del adversario es una de las variantes más perversas de la lucha política. Desconocer la voluntad popular conlleva una fuerte dosis de autoritarismo. Denunciar fraude cuando no lo hay esconde las falencias propias y alivia el sentimiento de frustración política, pero resquebraja el sistema democrático.

En Tucumán, patotas de vándalos, entre los que se cuenta al menos un candidato opositor y un pariente, quemaron 42 urnas de las mismas mesas que el 9 de agosto pasado le dieron un amplio triunfo a Scioli y en las que se podría votar nuevamente si la justicia electoral lo decide. Con el 85,55 por ciento de mesas escrutadas provisoriamente, el peronista Juan Manzur se impuso sobre el radical José Cano por más de 103 mil votos, por lo que se estima que el recuento definitivo no puede quebrar esa diferencia.

Los primeros datos del escrutinio definitivo, provenientes de mesas de San Miguel, en la cuales Cano tiene amplia mayoría, revelaron una diferencia menor a la esperada por los dirigentes del Acuerdo del Bicentenario. Pero por las dudas, el oficialismo adelantó su voluntad de abrir todas las urnas que la oposición considere necesario para aclarar el asunto. Nada presagia un fraude.

Con todo, tal vez no alcance para disipar las dudas interesadas y potenciadas por los medios hegemónicos. Parecería que el sistema electoral es transparente cuando se gana y fraudulento cuando se pierde. El ex presidente Néstor Kirchner aguantó con hidalguía una ajustadísima derrota en la provincia de Buenos Aires a manos de un empresario sin prosapia política. Pese a perder por un punto y medio, que podría haber sido descontado en un recuento, no hizo reclamo alguno.Más allá de la matemática, juzgó que había sido derrotado políticamente y prefirió reflexionar sobre las causas.

Con el mismo sistema electoral, Mauricio Macri venció en dos oportunidades al candidato kirchnerista Daniel Filmus sin que se oyera queja alguna. Filmus sólo cuestionó la campaña sucia que involucró a su familia.

Sergio Massa enterró en 2013 en la elección legislativa de la provincia de Buenos Aires la posibilidad de una reforma constitucional tendiente a habilitar un nuevo mandato presidencial de Cristina Fernández. El FPV tampoco se quejó por aquella sonora derrota que lo priva hoy de la candidatura presidencial de Cristina.



La diputada Margarita Stolbizer también fue elegida con estas reglas que ahora, a menos de dos meses de la elección de un nuevo presidente, considera turbias e inconvenientes. No estaría mal debatir un sistema electoral más efectivo, rápido y seguro, pero no en medio del proceso electoral. Cacareando fraudes inexistentes no se agrega transparencia al principal rito de la democracia, sino que se serrucha la rama del árbol sobre la cual están sentados opositores y oficialistas.

Con denunciantes seriales, tampoco existen sistemas perfectos. La boleta única no pudo impedir en Santa Fe que el alcalde porteño denunciara un fraude atípico: el recuento determinó que el socialista Miguel Lisfchitz tenía más votos que en el escrutinio provisorio y el macrista Miguel del Sel, menos. El voto electrónico en Salta no privó a la oposición al gobernador Juan Manuel Urtubey, encabezada por el peronista conservador Juan Carlos Romero y apoyada por Massa y Macri, de denunciar públicamente que hubo tongo.

En Tucumán, los dirigentes opositores saben que no tienen fundamentos sólidos para denunciar fraude, más allá de irregularidades y desprolijidades estimuladas por el complicado sistema de acople. Pero seguirán batiendo el parche con las miras puestas en la presidencial de octubre.

Uno de los asesores del candidato radical derrotado, Nicolas Salvatore, tiene un plan formidable para salvar a la democracia por si las denuncias no cuajan: promover una pueblada, armarse con bombas Molotov, incendiar la casa de gobierno provincial y "romper todo" si no se vota de nuevo. Se trata de una versión atípica del republicanismo opositor y de un inestimable aporte al diálogo.

(Tiempo Argentino, sábado 29 de agosto de 2015)

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